jueves, 24 de noviembre de 2011

Cuestión de impulsos

Ellas aún duermen. Me he despertado llorando por una pesadilla. Una pesadilla que representa el mayor miedo de un padre. Voy a la cocina y preparo la cafetera. Miro la pila de platos que esperan a ser fregados. Distingo restos de la cena, sobras que han perdido su color y aspecto originales, como una vieja fotografía. Voy al dormitorio mientras sube el café. Mi mujer se ha despertado. Nuestra perra Luna nos da los buenos días desperezándose de forma exagerada. Elijo la primera camisa que veo, los primeros zapatos que veo, me pongo el pantalón que está al lado de la cama. Entro en el cuarto de baño. Cuando salgo el café ya me espera encima de la mesa del salón. Mi niña da sus últimos bostezos antes de acceder a que la vista. En la calle el barrio parece despertar de su letargo. Comienzan a oirse las primeras voces, las pequeñas algarabías de cada mañana. Mi mujer le da doscientos besos a nuestra niña. Se va al trabajo, aunque para ella, afortunadamente, no es un "trabajo". Miro el salón. Se ven los cojines del sofá amontonados en un rincón, vasos con resto de efferalgan de anoche (sí, otra vez estoy resfriado...), los muñecos despelucados y medio desnudos de nuestra pequeña, las decenas de cuentos esparcidos por la mesa... Todo tendrá que recogerse cuando vuelva del colegio. Esperamos unos diez minutos viendo los pingüinos de Madagascar y bajamos para coger el coche. Acomodo a mi niña en el asiento adaptado y me doy cuenta de que cada vez es más difícil cerrarle la correa que asegura una correcta sujección. Dios, cómo crece, pienso. Llegamos al colegio y pasamos entre inumerables personas, la mayoría mujeres, que también han traído a sus retoños. No sé el motivo, o no quiero saberlo, pero me siento observado. Me despido de mi niña dándole un beso en la mejilla, le quito el abrigo y le entrego su pequeña mochila donde lleva el desayuno. Ella entra en el recinto y se dirije a una percha comunitaria donde la deja colgada. Se da la vuelta, me tira otro beso con la mano y entra en su clase. Para comérsela... Al salir del colegio uno se entera, sin pretenderlo y de soslayo, de las opiniones de las gentes sobre los temas más diversos: un programa de televisión en el que meten a cuatro individuos en una granja para que "sobrevivan" o se las apañen como puedan, el resultado de las elecciones recientes, la enfermedad de un familiar de alguien, el Betis y su racha más que negativa de resultados, alguna que otra carcajada que me retuerce el estómago. De vuelta a casa paro en la cafetería para comprar un euro de churros. Enfilo las escaleras hasta el tercer piso y observo por el suelo colillas de cigarrillos, cáscaras de pipas, papeles de propaganda del supermercado Caliser... Entro en el piso masticando ya el primer churro, preguntándome por el civismo de mis vecinos. Por el balcón comienzan a entrar toda clase de sonidos desagradables: un hombre de unos treinta años vociferando su oferta de diez kilos de papas por dos euros, el butanero agitando su mercancía de manera desmesurada para hacer notar su llegada al barrio, de la carnicería que se encuentra justamente debajo del balcón llegan los implacables hachazos a grandes trozos de carne de Monesterio, la muchacha en pijama que le grita a su padre desde el balcón que traiga un café del bar... Abro las persianas de toda la vivienda para que se ventile. Hago las camas, doblo las mantas del sofá y coloco estratégicamente sus cojines, pongo los mandos a distancia al lado del pequeño equipo de música. Veo el cd que grabé ayer. Una selección de discos setenteros en mp3: Bowie, Iggy, Patti Smith, Television, el Hot Rats de Zappa (sí, sesentero, pero imprescindible hasta el fin de los tiempos), la Creedence, Lou Reed, el L.A. woman (por favor...) y otros... Lo pongo en modo aleatorio. Comienzan los primeros compases de Sixteen. Comienza la mañana... Miro el nuevo portátil que me han regalado por mi cunpleaños. Lo enciendo y tengo el impulso de escribir esto, puede que para tratar de averiguar de donde nace esta sensación que tengo aquí dentro.