lunes, 16 de mayo de 2011

Puro teatro


Toda la historia es mentira
porque yo no la he escrito
-este viento de ahora
que aturde mis sentidos
es verdadero-

se me vienen a la cabeza
rumores que hablan de despedidas
sensaciones que tomando un camino seguro
nunca volverán
épocas pasadas que espero siempre sean pasadas

hoy en día
desalentado por el desencanto
de los años que vendrían y llegaron
-qué temprano llegaron, se presentaron así,
de pronto-
sumerjo mi mente entre rudos paréntesis
que aíslan del mundanal ruido

a saber

lo que de uno se espera y lo que
en realidad se es
la continua sensación de autoengaño
el infructuoso frotar de ojos incrédulos
lo efímero e insignificante y absurdo
de todo este teatro.

Atravesando la que estimo es
tercera cuarta parte del paseo
una excluyente claridad se presenta muy de
cuando en cuando -para qué negarlo-
y me advierte o mejor dicho me recuerda
que no tiene tacto la certeza
que ésta no posee consistencia
que la única existente se compone
o bien de un hedor insoportable o bien
de lugares de últimas palabras sobrevolados por el viento

pero tampoco es conveniente
prestarle demasiada atención a lo que
se dice
puede resultar consecuencia
de un simple exceso de protagonismo
por parte del personaje

del mismo que ahora escribe.

sábado, 7 de mayo de 2011

...acerca de Delirium Tremens

Como en su día te contesté te conocí en el antiguo bar llamado… Bueno tú ya sabes cómo se llamaba. No me alejaría mucho de la verdad si ahora te dijera que me produjiste una impresión extraña, una mezcla de sobresalto y de escalofrío agradable la primera vez que me miraste. Bueno, conocerte… en sentido estricto conocerte no te conozco, simplemente te vi aparecer una noche por allí y las siguientes noches (podrían ser milquinientastreintaydos…?) entraba buscándote como un yonqui busca su dosis por todos los rincones, que mira que tenía rincones el bar, y si no te veía pues seguía con lo mío, es decir atiborrándome de cerveza y tratando de disfrutar de la música que ponía normalmente el dueño del local, y si te veía ya la cosa cambiaba, me explico, me anclaba en la barra y ni disfrutaba de música alguna ni escuchaba a nadie, ni fumaba, ni nada de nada. Tu visión anulaba por completo mi voluntad, hasta un mero intento ínfimo de voluntad por mi parte, sólo me apetecía quedarme allí mirándote (sí, he de reconocer que a veces, dependiendo de la cantidad de cerveza ingerida, lo hacía de una forma más que descarada) viendo como tu ¿novio?¿acompañante? se mosqueaba un huevo por la situación pero que nunca se acercó y me dijo algo (aún no entiendo cómo) y, por qué no decirlo, también esperanzado en que te me acercaras y me dieras aunque fuera un bofetón, oh!, cómo me habría encantado…!!! Y me preguntas, después de tanto tiempo invertido en averiguar tu nombre, dónde vives, tus gustos y tus adjetivos, si tienes hermanos o hermanas, qué tal te llevas con tu madre, si te gustan realmente las compañías que frecuentas, de si crees que la poesía puede cambiar un estado de ánimo, una vida; después de pasar innumerables noches en blanco sólo imaginando la línea de tu labio inferior, hora tras hora, intuyendo el olor de tu cálido aliento, preguntándome y al mismo tiempo afirmando si tendrías cosquillas en el estómago, si tu piel colmaría todas las expectativas que se habían creado las yemas de mis dedos, me preguntas si te conozco. Por dios, pues claro que no. Qué más quisiera… No sé nada sobre ti. Sólo sé tu cara.

domingo, 1 de mayo de 2011

Sabato

[...] Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio. Pero, para colmo, nadie te podrá garantizar lo porvenir que en cualquier caso es triste: si fracasás, porque el fracaso es siempre penoso y, en el artista, trágico; si triunfás, porque el triunfo es una especie de vulgaridad, una suma de malentendidos, un manoseo; convirtiéndote en esa asquerosidad que se llama un hombre público, y con derecho (con derecho?) un chico, como vos mismo eras al comienzo, te podrá escupir [...].