martes, 26 de enero de 2010

Gracias Roberto Bolaño

Quedaron en mi corazón para siempre. El coronel Aureliano Buendía y Horacio Oliveira, a través de sus andanzas y desventuras, a través de cada una sus páginas, llegaron a lo más alto, dieron en mi tecla. Muchos años y muchos otros grandes nombres han pasado desde su descubrimiento. Pero siempre esperé con impaciencia la aparición de otro fenómeno sin igual, de otra obra que hiciera remover de un guantazo en la cara todos mis cimientos. Y llegó. A aquellos que arriba menciono se les unieron Ulises Lima y Arturo Belano. Qué decir de ellos que no se haya dicho ya. Mi única intención al escribir esto es la de acordarme de ciertos personajillos (que no personajes, esa denominación la dejo para las novelas sólo) que se toman a risa eso de que uno lee. Que por qué leo... ¿Acaso se puede vivir sin hacerlo?

Una especie que se ha comprobado que fueron animales (yo afirmaría que muchos siguen siéndolo), y que hemos evolucionado hasta llegar a día de hoy, que seguimos inmersos en una continua lucha de poderes donde los que van quedando atrás son cada vez más numerosos, en un mundo donde la piedra con la que el ser humano tropieza dos veces debe de ser muy grande... Una especie que ha llegado a estos días gracias a ese sistema de comunicación creado de la nada: la escritura. Por eso creo que cuando uno lee está más en contacto con la vida, con la existencia, y al mismo tiempo se aparta de ella para adentrarse en esos otros mundos, en esas otras experiencias que releguen un poco nuestra triste realidad a un segundo plano. Y buscamos afinidades en cada expresión, con cada situación, y me maravillo ante la sencillez de la complicación de escribir, y me quedo exhausto de admiración y envidia sana en ciertos momentos que pueden hasta pillarme sentado en el váter.

La satisfacción de leer los detectives salvajes superó todas mis expectativas. Volvió a ocurrir. Se ha instalado también en el Olimpo.

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